Chiquiocio número n.35

Clara Gonsálvez Silva.

“Para mucha gente, el valor de la ilustración se limita a sus virtudes prácticas. Para mí, sin embargo, es algo valioso por sí mismo, capaz de embellecer y enriquecer la realidad que nos rodea, abriendo el mundo a cualquier posibilidad”.

Ser ilustrador es un poco parecido a ser chino o tener los ojos verdes: no lo decides, lo eres y ya está. Lo que decides es si prefieres  dedicarte a otra cosa. Por lo menos es así como yo lo he visto a través de mi experiencia. Desde pequeña, siempre me ha dado igual que un libro ya tuviera ilustraciones, o ver a los personajes de una película moverse en la pantalla: si yo no imaginaba así las cosas, cogía lápiz y papel, y me ponía manos a la obra.

Como he dicho, llegado el momento, la única decisión importante para un ilustrador es si sumergirse definitivamente, o nadar hasta la orilla para buscar un trabajo “normal”.

Tras terminar el bachillerato artístico, yo decidí que mi futuro profesional girara en torno a esta pasión, así que me calcé las aletas e ingresé en la Escuela de Artes Nº 10 de Madrid, para graduarme como Técnico Superior de Artes Plásticas y Diseño en Ilustración.

Desde entonces, no he perdido la ocasión de seguir perfeccionando mis habilidades artísticas, a través de toda clase de cursos y talleres.

Después de trabajar como ilustradora y diseñadora gráfi ca freelance para varias empresas, recientemente he decidido centrarme en el público infantil, con el que ya hice mis primeros pinitos en la exposición colectiva ¡Que viene el Coco!, organizada por la Asociación de
Amigos del Libro Infantil y Juvenil (2005 - 2011).

Y, la verdad, el comienzo de esta nueva fase ha sido inmejorable, ya que en 2014, recibí el Primer premio en el III Concurso Internacional de Ilustración Infantil, organizado por la prestigiosa agencia inglesa Plum Pudding.

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